Nací en Lima un 7 de mayo del 85. De niña escribía en el aire y convertía a mis lápices de colores en personajes. Tengo una colección de diarios y escritos en servilletas. La escritura estuvo ahí siempre, incluso, antes de que se construyera esa noción de ¨yo¨ que cuestiono a diario.

Recuerdo que mi juego favorito consistía en construir ciudades de lego. Soy la menor de cuatro hermanos y la hija de un matrimonio feliz. Siempre tuve un impulso por ayudar, por construir tribus y una forma distinta de hacer las cosas. Nunca dejaré de habitar la casa de mi infancia porque una parte de mí se niega a crecer.

El arte me ha acompañado en todas sus formas. También, el movimiento: deporte, yoga, baile, diez mudanzas en once años, si no me desplazo se me duerme la ilusión. No me asusta mi naturaleza errática porque el anclaje lo llevo adentro. Estudié arquitectura dos veces y en mi tesis intenté convertir una gradería inútil en espacios para ciudadanos de un pueblo sin nombre. Poco después, emprendí la hermosa locura de construir una escuela de yoga. Y de repente, ¡zas! la escritura vino a buscarme. Primero, talleres. Luego, una maestría. Y aquí sigo, escribiendo de todo un poco y dibujando a ojos cerrados para mirar lo importante. Todo es poesía.

Intento, en lo posible y siempre fracasando, ir despacio. Soy una mil-oficios tremendamente recursera con un alto nivel de sensibilidad. Mis ojos no mienten. Cuando algo me apasiona, me convierto en flecha. Las mariposas en mi cabeza no paran de aletear. Ideas, les dicen.

Me preocupa que nos atrape lo inmediato, que dejemos de soñar, que el miedo nos paralice, que el intelecto le gane a la intuición. No quiero que la ciudad apurada me aleje de la naturaleza. Lucho para que dejemos de decir que la vocación es una ¨carrera¨ y me asusta que limitemos a la inmensidad del amor a un simple ¨querer¨. Apuesto por la revolución interior. Sueño con un mundo que le da espacio a todo tipo de cuerpos y con niñxs que hacen compost porque comprenden que nada muere y todo se transforma.

Escribir es mi manera de estar conmigo, de habitar el mundo, de no morir. Escribo porque me urge, me divierte, me aterra, porque no puedo dejar de hacerlo. Caminar y escribir son lo mismo. 

No medito para calmar la mente; medito para pertenecer.